Ante las catástrofes naturales que padecimos en este mes, que está culminando, nos pudimos percatar de algunas acciones que sobresalieron, unas que generaron entusiasmo, valentía, orgullo, sobre todo empatía y una más que causo asombro, coraje, impotencia sobre todo suspicacia, entre nacionales y extranjeros.

Tal y como nos ha caracterizado a los mexicanos, siempre ante alguna calamidad, somos capaces de dejar aún lado nuestro propio interés, unirnos para ir a brindar nuestra ayuda y socorrer a nuestros semejantes, sin importar lo demás. Y ante hechos como esa índole u otros que nos afecte de igual manera, somos capaces de unificarnos y confrontar aquello que genere un daño colectivo.

Ante este último, no es algo que haya surgido algún otro daño que afecte a la sociedad, más bien, es algo que se venido sembrando por años y que hoy han cosechado eso frutos de malestares sociales, me refiero a la desconfianza generada, no solo por nuestros gobernantes o políticos, sino por el gobierno en general, es decir a la institucionalidad gubernamental.

Y la gota que derramo el agua, fue en la falta de credibilidad de nuestros gobernantes, de la clase política e incluso de las instituciones, quienes como ya lo mencioné en mi pasada colaboración, han utilizado la desgracia de la ciudadanía para fines personales, a tal grado que, en esta última catástrofe, los ciudadanos dudaron en ir a dejar su aportación a los centros de acopio instalados por el gobierno.

Pero como no hacerlo, si los hechos corroboran la desconfianza; tan solo veamos los acontecimientos y analicemos un poco. Hubo instituciones públicas, partidos políticos y nuestros propios representantes, que en lugar de ser hechos los que demostraran y brindaran el apoyo a los ciudadanos afectados, únicamente se basaron en solicitar el apoyo de los mexicanos e incluso del extranjero, en “coordinar” la ayuda brindada y en “repartir” los bienes a los damnificados.

E incluso hubo quienes tuvieron el descaro de generar cuentas bancarias, para que recibieran el dinero de los donantes que, por la distancia no podían brindar su apoyo directamente, en lugar de ser ellos los primeros en realizar sus aportaciones a las instituciones de asistencia pública y privada. Y qué decir del saqueo de los centros de acopio ciudadanos para que todo fuese concentrado en alguna institución pública, esto no solo para la distribución, además, para el resellado de quien era la persona, partido, gobierno o institución que entregaba la ayuda.

Por lo cual, el hecho de que la ciudadanía no confié en sus propias instituciones gubernamentales, está más que claro, de que México es un estado fallido. Aunado a las estadísticas que marcan una enorme desconfianza de los ciudadanos hacia la clase política y gobernantes, lo que se vivió en este mes, fue la gota que derramó el agua, tanto que no soló abarco a un determinado grupo de personas, si no, además trascendió a las instituciones públicas, y es eso debe preocupar a todos. Pues recordemos, que el gobierno y las instituciones son el vil reflejo de la población.

Pues si no podemos confiar en nuestras instituciones, entonces significa que no confiamos en nosotros, no, esta vez no aplicó tal circunstancia y a las pruebas me remito; pues todos fuimos testigos y nos pudimos percatar que ante la falta de credibilidad de nuestro gobierno y de sus instituciones, la respuesta fue todo lo contrario, pues la ciudadanía pudo confiar en la propia ciudadanía. 

Y fue ahí cuando algunos nos pudimos percatar, lo que somos capaces de hacer juntos, y eso es lo que debemos tener siempre presentes, que solo juntos y ante cualquier acontecimiento, sobrenatural o no, juntos podemos hacerle frente confrontarlo y salir avante, pero si seguimos actuando como lo hemos hecho, solos en busca de nuestro interés particular y no colectivo, simplemente nos quedaremos como una sociedad desconfiada de hasta su propia sombra.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *