Macario, la cinta que más se recuerda en Día de Muertos

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No cabe duda que cada sociedad tiene arraigado un concepto distinto de la cultura, peor aún, cuando se trata de la cultura popular y hablamos de la muerte y su parafernalia. Ese estado filosófico posterior a la vida o esa representación simbólica materializada con un esqueleto con capuchón negro y una guadaña en la mano que en nuestro país se festeja, pero se llora.

La muerte ha tenido varias acepciones y por ende ha sido representada de distintas maneras en cada sociedad, en cada tiempo, en cada civilización y como tal, la nuestra, la mexicana, tiene sus características sui géneris, captadas por el cine nacional de una manera peculiar, como a continuación nos podremos percatar. 

El cine tiene muchos ejemplos de cómo la Muerte ha sido ritualizada y puede ser captada por la lente, sin embargo, hoy solo me quiero enfocar en uno, que de una manera cordial ve un asunto tan frío y contundente como la muerte y nos muestra una cara distinta de ella.

“Macario” (1960), dirigida por Roberto Gavaldón y protagonizada magistralmente por Ignacio López Tarso. En este filme se muestra fielmente la relación que existe entre el mexicano y La Huesuda.

Basada en la novela homónima de Bruno Traven, Roberto Gavaldón dirige y escribe junto a Emilio Carballido una historia en donde un campesino que vive hundido en la miseria, comiendo apenas para sobrevivir, decide no probar bocado hasta no recibir un guajolote para él solo.

Su esposa, en un arranque de coraje, roba un pavo para ofrecerlo a Macario, quien lo acepta gustoso, aunque trata de ocultarse de sus hijos y del resto de la gente en el bosque para poder paladearlo sin interrupciones, sin embargo, al internarse al bosque encuentra a personajes como Dios y el diablo, que le piden un poco de su alimento y no les comparte.

La convivencia de Macario con la Muerte, su diálogo e interacción, ponen este filme en la cima de las películas que miran con ojos sensibles a La Huesuda, haciéndola más cercana a lo que nuestros antepasados nos han inculcado, convirtiéndola en un vehículo de transición de un mundo a otro, de una realidad a otra y de un estado físico a uno espiritual.

A pesar de que “Macario” tiene una gran luminosidad, una fotografía avasalladora y es un reflejo de los conceptos cosmogónicos de algunas regiones de nuestro país que consideran a la muerte como un culto muy peculiar, los críticos de la época acabaron con el filme cuando fue presentada públicamente, pues lo consideraron un digesto comercial de las tradiciones populares mexicanas, relacionadas con la muerte.  

Una secuencia grandiosa retrata la esencia del filme, aunque fue la que detonó los comentarios negativos de la crítica: En una caverna llena de velas –cada una representando un alma viva- permite el recorrido de Macario en transición del mundo terrenal al inframundo.

Cabe mencionar que “Macario” fue la primera cinta mexicana nominada al Oscar por Mejor Película Extranjera y dicho merecimiento la catapultaron aún más alto entre los filmes destacados del cine nacional.

 

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