Coyotes de Tlaxcala emocionan a un ángel en el Tlahuicole
La emoción de vivir en el Estadio Tlahuicole y en su recuerdo, los triunfos y jugadas futboleras del equipo de sus amores Los Coyotes de Tlaxcala, el joven de 16 años de edad, Luis Eduardo Minor, sabe que el temblor de sus manos no tienen nada que ver con el autismo que padece, sino, con el amor y la pasión que tiene de ser el máximo jugador “doce”, de la escuadra tlaxcalteca.
Sus ojos vivales siguen las gambetas y gritan desaforadamente cada vez que la portería contraria es abatida por sus ídolos a los que desde el 2014, Luis Eduardo conoce por su nombre y el número de sus playeras; además de que registra en su memoria los resultados de cada encuentro que disputa Coyotes.
En su mente identifica la alineación de los integrantes de la cueva del Coyote, y canta con pasión el himno de su escuadra favorita, a más de recordar –orgulloso- a los jugadores que lo hacen gritar gooooooool… en cada una de las justas, que ha gozado.
Mi hijo es aficionado Coyotes, no se ha perdido ningún juego desde el 2014”, indica Don Faustino, el padre del joven, al tiempo que agrega “recuerdo que en aquel año me pidió llevarlo al partido, dudé por su enfermedad y no teníamos boletos, pero cuando las cosas son para uno se dan solitas, ese día un policía nos dio acceso al estadio el cual estaba a reventar”.
Su mamá, doña Jazmín refiere que Luis es aficionado de corazón de Coyotes de Tlaxcala y para verlos jugar ha vencido uno de sus temores que son los ruidos extremos, “Coyotes nos une como familia, cada sábado vamos al estadio Tlahuicole y cuando juegan fuera nos reunimos en mi casa y escuchamos el partido por la radio”.
Luis ha viajado con el equipo.
El día que falleció uno de sus primos, Luis Eduardo pidió asistir al partido, pues su tristeza la desfoga en el estadio, “es un ángel, no tiene ningún sentimiento malo, Dios me regaló un ángel y ese angelito ha estado en el estadio”, dice doña Jazmín con abundantes lágrimas que recorren sus mejillas.
“Tiene fotos con todos los jugadores y con el autor del himno de Coyotes, el día de la presentación del equipo nos trataron como si fuéramos invitados especiales y todos los jugadores le firmaron su balón, nos sentimos como una gran familia cuando estamos con ellos”, asegura doña Jazmín.
Indicó que han visto jugar a Coyotes en otros estados de la República y Luis Eduardo ha viajado con ellos pues el plantel lo quiere mucho.
Su ídolo Ángel Román Bautista, le prometió su playera y cuatro partidos después de su presentación se la regaló, desde entonces es “como su piel, su tesoro más preciado”, añade don Faustino.
Y sorprendentemente, con la mirada tímida y tierna Luis Eduardo se atreve a hablar y con voz entrecortada y llena de emoción señala: estuvo muy padre la convivencia, lo saludé, le pregunte cuál es su animal favorito, su música favorita, que parte de Tlaxcala le gusta más, la marca de su coche; conocí bien todo de mi ídolo”.
Luis Eduardo añade: “a mí me gusta estar en la afición, los tiros de esquina, y al festejar cuando entra el gol”.
Y al grito de “dale, dale Coyotes, dale, dale Coyotes”, nuestra entrevista con Luis Eduardo y sus padres terminó; él volvió a su mundo de silencio, el cual se exteriorizará nuevamente cuando vea a su equipo “Coyotes” entrar a la cancha de futbol y a la afición llenarse de emoción para animar a sus ídolos.
La historia de Luis Eduardo
Aunque su aspecto es el de un adolescente normal y es muy inteligente padece de un trastorno del desarrollo de carácter neurológico que afecta su manera de comunicarse y relacionarse con la gente.
Don Faustino y Doña Jazmín, consideran una bendición vivir con él; Luis Eduardo padece autismo y el síndrome de Asperger, pero piensan que es importante que la gente sepa porqué sus reacciones son diferentes de las de los demás.
Explican que la sociedad lo tilda de raro y difícil, “desde los primeros años de vida se notan sus diferencias, vimos que desde pequeño no le atraían los juguetes, a pesar de que como padres hicimos el esfuerzo de darle los mejores; su principal juguete de la infancia fue una tapa de leche, los demás los conservó nuevos en el empaque”, rememoran.
Mencionan con emoción que a los nueve meses de edad, Eduardo hojeaba una enciclopedia como si fuera una persona adulta.
“Esto fue algo muy bonito, pues un bebé a esa edad rompe cualquier libro, pero Luis lo hojeó detenidamente, y desde ahí le fascinan los libros, además toca el piano”.
Se enteran del diagnóstico
Doña Jazmín se siente desilusionada de que en México no exista la identificación pronta de los síndromes de autismo y asperger, “llegó el momento en que era muy desgastante visitar médico tras médico sin que nos dieran ninguna prescripción”.
Fue al pasar de los años que un psicólogo de la escuela primaria donde asistía Luis les dictamina un diagnóstico, “su hijo tiene autismo y asperger”.
La convivencia con Luis y el autismo
“Nosotros como padres vamos aprendiendo en el camino”, destacan orgullosos los progenitores de Luis Eduardo, y es que los niños con discapacidades se desarrollan lentamente, pero para ellos, Luis, es como un pequeño roble y un tesoro de valor duradero.
“Yo soy profesora y él me enseño muchas cosas; es sorprendente su forma de aprender, al principio fue angustiante no saber cómo le íbamos a ayudar, pero siempre supimos que es un niño afortunado porque donde ha estado lo han querido mucho, la gente lo ha arropado y amado”, sostiene doña Jazmín.
Pero para Luis su enfermedad no cuenta, él lleva en su piel a Coyotes y esas ganas de triunfar y representar a Tlaxcala es parte de su desarrollo personal.
El vive feliz su día a día, y demuestra que es más inteligente que cualquiera.